Todo es más sencillo de lo que parece pero más complicado de lo que creemos

7/5/09

La insoportable torpeza del ser (macho) 2

Después de un paréntesis reflexivo vuelvo a la carga. De vez en cuando vale la pena frenar un poco para reflexionar sobre algunas cosas. O simplemente para mirar lo que pasa a nuestro alrededor, que no es poco.
Como decía en la primera parte, todo esto ha surgido de muchas conversaciones y no menos risas, que me han llevado a concluir que no hablamos lo suficiente. ¿Paradoja? Pues sí. Nos perdemos en veleidades y aunque a veces parezca que nuestra conversación es la más profunda que tiene lugar en el mundo en ese momento. Nos encontramos analizando conductas ajenas (lo que en cristiano viene a ser cotillear), utilizando palabras grandilocuentes pero sin mojarnos en exceso, no sea que nos acatarremos.
Pero vamos al grano.
Veteranos: ¿cómo puede ser que, con tanta información como tenéis, todavía no seáis capaces de utilizarla en condiciones y penséis que la llave del placer es vuestro rendimiento aeróbico? (Escribo esto partiendo de la base de que uno de los objetivos de la relación sexual es darse placer el uno a a la otra y viceversa. Los que tenéis como chiste de cabecera aquél de para un hombre no es importante saber en qué momento llega una mujer al orgasmo podéis dejar de leer. Seguro que sacáis más provecho en otro sitio).
Chicas: ¿cómo puede ser que, con tanta información como tenemos, todavía seáis tantas las que pensáis que la llave del placer es el tamaño de la llave del placer? Y lo que es peor: ¿por qué vosotros os lo creéis?
Preparaos para descubrir el gran secreto: no es necesario ser un gran atleta ni tener los atributos de Nacho Vidal. Corrijo: ni tener el miembro de Nacho Vidal. Atributos es un concepto muy amplio e interesante. Pero no nos vamos a desviar, ya hablaremos de Nacho el Grande otro día.
No voy a negar que una buena forma física es un tanto a favor en el sexo, pero es que lo es en la vida. Es una cuestión de salud. Me refiero a la típica y aburrida cuestión del “¿cuánto aguantas?”. Resulta que estamos reduciendo el acto a la fricción del mete-saca. Mal. Tampoco voy a negar que nos resulta muy placentero (muy, muy placentero) sentirnos físicamente repletas. O sea: creo que ninguna de nosotras le va a hacer ascos a un buen pimentero (¿no crees, Samantha? Referencia explícita a no recuerdo qué capítulo de la primera temporada de Sexo en Nueva York). Pero también creo que se le da demasiada importancia a que el apéndice mágico sea objetivamente grande.
Otro día seguimos.

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